sábado, 9 de octubre de 2010

Cuento del caballo blanco del muchacho



Érase una vez un niño que estaba sentando en la pradera, escuchando el silencio de la naturaleza. Oyó relinchar a un caballo blanco que se acercó a él y lo invitó a cabalgar. Juntos recorrían cada mañana aquellos pastos y se perdían en la belleza de las montañas, acariciados por la ligereza y la suavidad del viento.

El niño adoraba a su hermoso caballo el cual parecía adivinar su pensamiento. Algo lo conectaba y les regalaba esta libertad infinita en el trotar de su paseo en el corazón de la naturaleza. Ese trotar brindaba al muchacho la oportunidad de conocer al espíritu nómada, danzante y libre que juega con la brisa y nos empuja a soltarnos y a florecer con el instante sin agazaparnos en actitudes que nos encierran en opiniones que nos envenenan.

Sin embargo, un día el caballo murió y el muchacho conoció el amargo sabor de la tristeza. Una muchacha apareció en su horizonte y recogió en la palma de su mano una de las lágrimas que el joven derramaba a diario por la pérdida de su amigo. La muchacha liberó al viento la lágrima del chico y el viento prometió que una nueva esperanza surgiría en los albores del amanecer de una brisa cálida que el próximo verano traería.

Un día el sol salió sobre la cima de las montañas con un entusiasmo especial, como si reverenciara la profundidad y la espiritualidad del bosque y aquél día entró un rayo solar por la ventana de la alcoba del muchacho. El muchacho abrió los ojos y sintió que algo renacía en él, como la luna nueva que da paso en los días siguientes a la plenitud de la luna lluna. Una voz interior le confesó que su amigo el había dejado el mejor de los regalos: el sentirse libre en el ahora y era así como debía ser.

La muchacha que en su día liberó la lágrima al cielo, llamó a la puerta y ambos fueron a pasear por el bosque… desde el cielo sentían un relinchar que siempre les aompañaba…

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