viernes, 25 de mayo de 2012

El miedo según las hadas


Aunque nada sea perfecto, en realidad, es como es y oponerse o resistirse al momento presente no sólo nos creará mayor angustia sino que además aumentará nuestra carga de karma. Aceptarlo, en cambio, la descarga. Aceptar no necesariamente es someterse, aceptar es reconocer la manifestación de las circunstancias lo cual no impide cambiarlas, si está en nuestra mano. Si no es así, podemos aprender a esperar a que se den circunstancias de cambio y si no, deberemos abrirnos a la lección que nos brindan tales circunstancias.

A veces pensamos que si estuviéramos en otro lugar o incluso en otra dimensión quizás no sufriríamos, pero, en realidad en todo existe algo que quizás no nos resultara cómodo y de lo que podemos aprender para ir cambiando posiciones mentales y ampliando nuestra perspectiva y conocimiento del mundo. El fin del alma es crecer por lo que nuestros guías irán creando las situaciones necesarias para nuestra evolución y crecimiento personal y espiritual. Todos somos seres divinos y encender esa chispa interior es el reto de nuestra alma.

Las hadas nos enseñan que uno de los mayores obstáculos es el miedo y enfrentarnos a él puede significar haber andado un gran trecho en nuestro camino. Luchar contra nuestros miedos nos aportará paz, seguridad y una mayor fe en nuestras posibilidades y capacidades. Vencer el miedo abre caminos prueba de la fuerza de la luz del alma. Dejarse atrapar en miedos es negar la magia de la existencia y la fortaleza que reside en cada uno. A veces al enfrentar un miedo, llegamos a la conclusión de que nos habíamos preocupado demasiado y que vencerlo ha sido más fácil de lo previsto, otras, en cambio, nos convertimos en presa del miedo y otras, simplemente con la firme intención de dar la cara, se nos presenta una solución instantánea totalmente inesperada. Un miedo puede llegar a vencernos una primera vez, pero en una segunda ocasión estaremos mejor preparados y quizás descubriremos alguna faceta sobre nosotros mismos que hasta entonces desconocíamos.

El miedo, como todo en la vida, nos transforma y nos impulsa a conciliarnos con el latido de la vida, con descifrar y compartir el significado de lo que somos y de las áreas en las que podemos manifestar nuestra valía y dejar nuestra particular imprenta. Nos enseña que nos somos débiles sino que somos capaces de adoptar actitudes emprendedoras para manejar la empresa de nuestra vida y sacarle el mayor rendimiento personal, laboral y espiritual en nuestro beneficio y en el de los demás.

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viernes, 18 de mayo de 2012

Los pasteles de mamá



Érase una vez una cocina mágica donde una mamá cocinaba con todo su amor dulces postres y deliciosa comida cargada de la dulzura que una madre dedica a sus hijos. Esta mamá dedicaba sus mimos y su vida a su pequeña hijita con la que jugaba a las cocinitas. Su hija se había convertido en una ayudante de excepción en esa cocina compartida por ambas y que se había convertido en una original sala de juegos en la que la niña estaba aprendiendo el poderoso poder de la creatividad y el buen sabor de una vida en la que su madre le enseñó a amar. La niña solía soplar y hacer volar el coco rallado el cual se esparcía en el aire y caía lentamente sobre el suelo de la cocina. Su mamá le explicaba cuentos sobre las hadas y por eso la niña imaginaba que los puntos de coco rallado eran pequeñísimas hadas de luz que volaban alrededor de ellas dos.

La niña decoraba con el coco rallado las tartas de chocolate que su mamá preparaba y de este modo les daba el último toque junto antes de servirlas.

Un día su mamá leyó un anuncio sobre un prestigioso concurso de cocina de repostería y decidió participar en él. Cuando se lo contó a su preciosa hija ésta no cabía en sí de gozo.

-Te ayudaré con gusto, mamá, y te aseguro que tus pasteles serán los mejores- dijo la niña.

Su mamá presentaría a concurso un original bosque de chocolate de colores. En cada rincón especial de ese bosque, la mamá colocó un pastel, pero los pasteles cada vez se adentraban en lo más profundo del bosque... La madre le explicó a su hija que los pasteles representaban las señales que envía el corazón a las personas para que se animen a explorar su interior con el fin de descubrir tesoros y talentos ocultos que afloran a la luz, cuando nos empeñamos en crecer espiritualmente.

-Es entonces cuando el latido de nuestro corazón se convierte en nuestra voz interior y ella nos muestra nuestro camino y nunca nos deja de la mano- contó la madre a su hija.

La niña disfrutaba escuchando las sabias palabras de su mamá y ayudándola en la preparación de esos pasteles que cada vez más se acercaban al corazón del bosque.

La mamá y la hija ganaron el concurso pues consiguieron encandilar a un jurado que se mostró entusiasmado ante la idea de plasmar la victoria del corazón sobre la mente, la cual a veces nos juega malas pasadas.

En el jardín de su casa la mamá sigue jugando hoy con su hija y, al final, ella siempre acaba preguntándole:

-Mamá, ¿cuándo prepararemos más pasteles?.


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sábado, 12 de mayo de 2012

El hada y los animales alados


 
Érase una vez un hada-humana que estaba aprendiendo a escucharse a sí misma y a perdonarse porque su existencia no había tomado el rumbo que ella hubiera deseado. No encontraba su brújula. De hecho, en este momento, se sentía tan vacía y desorientada que había perdido el timón de su magia. Y en este vasto océano de perdición y de lamento interior, ¿dónde estaba su luz?, ¿acaso seguía brillando? Seguro que su luz se había escapado con las olas… Ella la buscaba también en cada estrella del cielo que abrazaba el mar cada noche, sin éxito. No percibía su luz, lo único que afloraban eran sus lágrimas y sus pensamientos de desilusión y de tristeza. El ruido de fondo de estos pensamientos a veces le resultaba fastidioso pues quería escucharse a sí misma y no podía.
En una ocasión se hallaba en su cocina de sueños, una cocina donde ella procuraba crear aquello en lo que realmente creía pero como se había olvidado de sí misma, las recetas no le salían: o se le quemaban en el horno o los sabores sabían sosos pues en ellos no residía el condimento de la fe y del amor por sí misma. 
Sin embargo, poseía la esencia espiritual de una verdadera hada y, por eso, aunque no era capaz de reconocerla, mientras ella observaba en la cocina como iba horneándose un pastel, una diminuta mariposa de jardín se posó en su hombro y se quedó un buen rato con ella.  La mariposa no sentía temor de estar tan cerca, al contrario, pues percibía un aura de luz agradable en la chiquilla-hada  que la hacía sentirse bien. La niña procuraba moverse poco, pues no quería que la pequeña mariposa se marchara. De hecho, ella se sentía halagada de que tan delicada criatura la hubiera elegido a ella para permanecer sobre ella en ese momento. Ella lo estaba viviendo como un momento especial, lleno de magia y, de algún modo, ella podía respirar el halo de ternura que la mariposa desprendía. Fue un instante bello. Sin embargo, el tiempo de cocción de la tarta había finalizado y cuando la niña se agachó para abrir el horno, el calor que de él escapó, hizo que la mariposa emprendiera su vuelo... Sin embargo, la chiquilla sonrió pues la tarta estaba en su punto y de ella emanaba un agradable aroma que todavía la convertía en algo más apetitoso.
Mientras ella le estaba hincando el diente a tan dulce manjar, ocurrió algo que conmovió su corazón. En la ventana cerrada que daba al jardín, había en el cristal una hermosa mariposa, de grandes alas cuyo colorido blanco en sus alas le recordaron la luz blanca de la paz. En la parte superior de sus alas había un punto negro, que contrastaba con el fondo blanco de las alas. Ese punto negro tenía un gran significado para la joven pues en sus meditaciones siempre visualizaba uno así. Este punto negro le recordaba que en la pida a pesar de sentirnos apesadumbrados, siempre hay algo más, que, aunque desconocemos, por eso vemos simplemente el punto negro, en el momento adecuado, se transformará.
La mariposa no podía atravesar el cristal y se movía inquieta arriba y abajo. Así, que la chiquilla, con cuidado, abrió el cristal para que tan hermosa mariposa pudiera volar en libertad, no sin antes haberle agradecido su presencia y haber apreciado su sencilla belleza, tan natural que había conseguido llegarle al corazón.
La mariposa marchó, pero antes de desaparecer estuvo visitando el jazmín del jardín, de ese jardín que tan maravilladas tenía a las mariposas que lo visitaban. Era el jardín de la joven, quien siempre adoró y sintió un gran respeto y afinidad por las flores y las plantas. Salió al jardín a respirar, desde ese jardín ella se sentía libre y ese punto negro que a veces visualizaba, dejó de preocuparle. La situación que le inquietaba se resolvería, confiando en la sabiduría de los procesos de la vida. Ella era una experta en contemplar los procesos de crecimiento de la madre naturaleza. De hecho, ella lo hacía cada día en su jardín y le sorprendía la belleza y la armonía que era capaz de generar la madre naturaleza. Esa madre con olor a hierba fresca que tan amorosamente velaba por la vegetación del planeta.
Si la joven era capaz de cuidar su jardín, entonces el amor residía en su interior y si era capaz de proporcionárselo a sus plantas, también debía ser capaz de reconocerlo en su interior. Las flores y las mariposas ya lo estaban haciendo, las flores, creciendo y luciendo sus inspiradores colores, reavivados por la luz del sol, y las mariposas, volando cerca de la niña y del néctar de las flores.           
La joven salió a dar un paseo por el campo, necesitaba ampliar su visión sobre  las cosas y llenarse de la expansión que le producía contemplar la cordillera de montañas que rodeaba el lugar donde nació. Esas montañas que amaba desde pequeña, tanto que le parecía que sus latidos eran los de las montañas. Ella caminaba lentamente para no perderse ningún detalle, sentía en cada paso el corazón de las montañas en unidad con el suyo. Deseaba que ese instante no acabara nunca y cerró los ojos para sentirlo intensamente, como un sueño. El aire besaba su rostro. Sentir la brisa en su piel le resultaba tan placentero que hubiera deseado que esa brisa le llegara al alma y refrescara sus emociones y envolviera cada uno de sus sentimientos en una tela mágica de amor incondicional con destellos al infinito.
Una ladera descendía en su camino y formaba una pendiente. En esta pendiente del terreno, ella vio unos pájaros que volaban en círculo casi a ras de suelo. Estaban relativamente cerca de la joven y su presencia no los incomodaba en absoluto. No paraban de piar. Ese trino le recordó que en sus pensamientos y meditaciones diarias no sólo podía hallar silencio sino también sonidos agradables como el que estaba escuchando y hermosos recuerdos, en lugar de tanto parloteo mental que la estaba haciendo infeliz, ella debía ser consciente de que lo bello residía en su interior y que la belleza se manifiesta de diversas formas en el exterior, pero si lo hace, es porque la belleza ya está presente en nosotros desde que nacemos. La belleza interior puede manifestarse en forma de paz, de una puesta de sol o de una hermosa vivencia que os dejó un buen sabor de boca.  ¡Vaya, qué parlanchín estaba hoy el espíritu de las montañas!  Sin embargo, la niña pensó que era mejor no tratar de interpretar o de concluir sus mensajes, sino simplemente mirarlos con los ojos de un niño y de agradecerlos como un regalo inesperado.
La niña-hada siguió su camino, lamentando tener que dejar tan bella escena atrás. Se hubiera pasado la vida contemplando a los pájaros, tan cerca de ella, pero un amigo suyo pasó con su carro y la invitó a subir en él. Ella aceptó complacida. Le encantaba viajar en el carro de madera junto a ese amigo de infancia, que sabía escucharla. En ese momento, la brisa más bien se convertía en aire que rozaba su piel con más intensidad al sentirla a contracorriente debido a la velocidad del carro. La niña comparaba la suave brisa que había sentido antes cuando caminaba, con el aire que justo entonces levantaba sus cabellos. Saboreaba el contraste de sensaciones.
En secreto, la niña pidió una sorpresa más a la naturaleza y ésta la escuchó.  En el cielo,  justo al lado de la niña, apareció un ave que en pleno vuelo hacía lo posible por mantenerse en el aire pero sin avanzar, como si el pájaro quisiera parar el tiempo y el movimiento. El conductor del carro era ajeno a cuanto sucedía pues él miraba hacía delante para dirigir a los caballos. La escena le resultó graciosa a la niña y digna de gran habilidad y destreza. Sólo duró unos segundos. Pero si ese pájaro era capaz de controlar el  movimiento con sus alas para parecer quieto en el aire, también la niña podía aprender a dejar que sus malos pensamientos la hicieran volar allá donde a ellos se le antojara. Podía hacerlo aquietándolos, dejándolos volar y marcharse o impregnándolos de paz y perdón para centrar el movimiento de sus pensamientos en el momento presente sin despistarse y desde esa posición sentirse en sosiego para desprenderse de las preocupaciones. Desde una perspectiva de paz interior, todo se ve de otro modo. Gracias a las mariposas y a los pájaros la niña había aprendido a mirar la vida de otra manera y así se lo contó a su amigo, que, como siempre, la escuchaba con la luz del corazón. Esa misma luz que ahora brillaba en la mirada de la niña.   
Extraido de mi libro Cuentos de hadas para niños y adultos de Bubok Editorial

viernes, 4 de mayo de 2012

El Duende de la Responsabilidad y el Hada de la Autoestima

Érase una vez un duende que solía colarse en las emociones de algunos humanos despreocupados para enseñarles a ser más conscientes y responsables de sus actos. Se trataba de personas distraídas a quienes les resultaba fácil evadirse para no ser consecuentes con aquello que hacían o provocaban. Analizarse a sí mismas, no se les daba nada bien, sin embargo, no tenían inconveniente en charlar sobre la forma de actuar de los demás, creyéndose ellos mismos correctos en su forma de ver la vida y de comportarse.

Un día amaneció el sol cálido y travieso como nunca. Así que acercó uno de sus rayos hasta la orilla de un riachuelo para sentir de cerca la frescura y el movimiento de la corriente. El rayo de sol se quedó maravillado ante la transparencia y la calma de esas aguas que le parecieron benditas. Cerca de allí, un duende dormía, acunado por la mansedumbre y el sonido relajante de esa misma cristalina corriente, que le había robado el corazón al rayo. El rayo tocó con su calor la cara del duende y éste, refunfuñando se despertó pero se sintió reconfortado por el calorcito que desprendía el rayo. El duende le agradeció que le aportara tan agradable sensación y le explicó que él era muy sensible a las emociones humanas, en las cuales penetraba para tornarlas más íntegras, honestas y sabias. Como si de una brisa se tratara, el duende se deslizaba en el corazón de un algún humano desprevenido con la noble intención de convertirlo en una persona mejor y de ayudarle para bien.

El rayo de sol le dijo que cada mañana asomaba en una colina donde vivía una muchacha en el corazón de las montañas, en un lugar tan alejado, que hasta se consideraba un secreto. El rayo de sol contemplaba cada día como la muchacha llevaba a cabo algunas de sus tareas sin constancia y sin planificar ni prever apenas nada, y, cuando aparecía algún imprevisto, era incapaz de verse como la causante de ello.

El duende dio las gracias al rayo de sol por habérselo contado y emprendió rumbo hacia el corazón de esta muchacha.

Cuando el duende llegó a la cabaña donde habitaba la muchacha junto a su familia, se dejó acariciar por el viento que corrió a saludarle y a jugar con él. El viento lo invitó a escaparse con él hasta la cima nevada de las montañas pero el duende declinó la invitación pues él debía ocuparse de la muchacha.

El duende sorprendió a la muchacha en plena conversación con sus progenitores en la cual le advertían que redactara una lista de tareas para cumplir con ellas. Pero la chica solía llevar a cabo las más trascendentes y las que solían supervisarle, olvidándose de las demás. Una de las tareas que la chica no atendía era el de revisar el carro antes de iniciar un viaje hacia la ciudad, para transportar al mercado algunas de las hortalizas y verduras que se cultivaban en los huertos de la cabaña.

En esa ocasión, la muchacha también olvidó asegurarse que el carro estuviera en buenas condiciones para el nuevo viaje al mercado de la ciudad, por lo que el duende envió una lección a la muchacha.

En cuando la muchacha se dispuso a coger las riendas para indicar a los caballos que empezaran a galopar, oyó como una rueda chirriaba más de lo necesario pero la muchacha obvió el ruido y prosiguió el viaje. Estaba la joven canturreando y admirando el paisaje que se desplegaba a su paso, cuando una de las ruedas se salió del eje.

La muchacha se asustó, asió las riendas con fuerza para que los caballos no se desbocaran, pero, finalmente, tras una brusca maniobra, el carro se apeó a un lado del camino.

-¡Uf! Casi caemos por la pendiente de la ladera. Afortunadamente, no ha pasado nada y ni los caballos ni yo hemos sufrido ningún daño –pensó la muchacha para sus adentros.

Por suerte, un anciano pasaba en ese momento por el camino y aunque se encontraba muy débil para ayudar a la muchacha, se ofreció a ir a buscar ayuda.

La muchacha permaneció junto al carro y dio de beber a los caballos, mientras esperaba ayuda. Se dio cuenta de que en la parte posterior del carro no había ninguna rueda de madera de repuesto.

Cuando llegaron los padres de la muchacha, le reprendieron pues antes de salir de viaje le habían advertido que en su lista de tareas apuntara revisar el estado del eje antes de iniciar cualquier viaje, el cual ahora se había roto al impactar contra el suelo, y cargar una rueda de recambio en la parte trasera del carromato.

La muchacha reconoció haberlo olvidado y pidió perdón.

Sin embargo, la reparación del eje iba a ser muy costosa para la modesta economía de su familia. Ello hizo tomar conciencia a la muchacha de cuánto sus padres se sacrificaban por la familia y del hecho que ella podía haberles ahorrado dinero y este quebradero de cabeza, si hubiera cumplido diligentemente con la tarea de comprobación del estado del eje del carro de caballos antes de partir y de percibir que el elevado chirrido de la rueda no era buena señal. En lugar de hacerse consciente de ese ruido y para antes de que la rueda se rompiera, había preferido seguir, cantar y seguir maravillándose con el paisaje. Se dio cuenta de la mala costumbre que tenía de hacer sólo lo que ella creía imprescindible, dejando a un lado otros aspectos, que también deben tenerse en cuenta. Y eso ahora hacía sufrir a su familia.

Por primera vez, la muchacha se sintió responsable de sus actos y se prometió a sí misma afrontar y resolver el problema.

El carro había quedado inservible hasta que se reparara el eje y la rueda. La verdura que había sido cargada, debía transportarse hasta el mercado mientras estuviera fresca, de lo contrario, se echaría a perder y ello conllevaría una nueva pérdida para la economía de la familia. Así que la joven les dijo a sus padres que ella iría hasta la granja de la abuela para pedirle su carro y con él, transportar las hortalizas al mercado.

Cuando la muchacha llegó al mercado y vendió las verduras, regresó a casa y se sintió mejor porque sabía que estaba resolviendo la situación y enmendando su error. Además, les prometió a sus padres cambiar de actitud y no olvidar ninguna de las tareas para ayudar a la economía familiar y además se hizo el propósito de ser más ahorrativa para tratar así de reparar el revés económico que le había supuesto al presupuesto familiar la reparación de la avería del carro.

Una noche mientras la niña cayó en un sueño profundo tras admirar la belleza y el misterio de la grandiosidad de la vía láctea desde la bóveda del techo de su habitación, creyó ver al duende apoyado en una estrella, con el cual mantuvo una conversación desde el subconsciente. La joven acabó agradeciendo al duende lo que había hecho por ella pues también se había dado cuenta de la necesidad de trabajar sobre su autoestima y la empatía hacia los demás lo cual la hacía sentirse segura, ecuánime y consciente en la toma de decisiones, pero también le pidió que se marchara. Se sentía dolida pues la lección era para ella, no para su familia, la cual había tenido que sufrir económicamente las consecuencias del error de la joven. La muchacha se visualizó levantando una mano de luz como señal de despedida y le pidió al duende que él diera paso en su vida a un hada que permitiera a la muchacha desenvolverse en este lección que le había regalado el duende pero desde ahora teniendo en cuenta que ninguna de sus acciones en la medida de lo posible afectara a los demás, sino sólo a ella misma. Así que de forma dulce el duende se marchó para dar paso al Hada de la Autoestima y de la Confianza, la cual ayudaría a la joven pero desde la perspectiva del amor por uno mismo sin dañar a los demás. Ese amor que nos abre las puertas de la sabiduría momento presente, que nos sensibiliza con la flexibilidad y la adaptabilidad al entorno y las circunstancias y que nos concilia con aquello que el momento trae a nuestros ojos.

El Hada de la Autoestima y de la Confianza llegó rodeada de una corte de estrellas y prometiéndole a la joven un nuevo rumbo hacia la magia del instante presente.

Cuento extraído de mi libro Cuentos de Hadas para niños y adultos (Bubok Editorial)