viernes, 30 de marzo de 2012

El bálsamo del sonido relajante

Me siento bendecida por la sonoridad del planeta Tierra
cuyos sonidos agradables tienen el don de serenar el alma
y conectar con el espíritu del infinito,
que todos albergamos.

Son sonidos renovadores,
cantos nacidos de la intuición
que despiertan nuestra voz interior
y nutren el ser.

Un bálsamo de paz fluye en mi corazón
y sus latidos se convierten en mensajeros del Universo
para transmitir una ola de armonía
de la que todos somos originarios.

Percibo como la vida me abraza
y me mima con el cariño
que sólo una madre sabe expresar
y que permite que su hijo sea lo que es.

El desapego es la lección que la Madre Tierra
me ha estado transmitiendo.

El desapego nace de la sencillez, de la humildad,
del amor sin condiciones y del respeto
por el camino propio y el del otro.

El desapego es una vía de acceso
a la plenitud y a la felicidad.

Desde el desapego siento amor
incluso por lo inerte
y noto en ello una luz
que no puede verse pero sí sentirse.

Resulta como una complicidad callada
que manejo en secreto
y que sé que mis guías
impulsan con su aliento de luz.

Me adentro en la sacralidad del momento
y una mariposa de la misma tonalidad
de la vegetación árida del entorno,
se posa sobre una planta cerca de mí.










Ella me permite observarla,
mientras me maravilla como sus colores
se confunden con los del lugar.
Sin duda, ésa es su protección.

Ella no se marcha pero yo sí
para respetar su intimidad,
dejarla que sea como es
y que esté donde está.

Esta experiencia me enseña
que si te adaptas a tu alrededor con desapego,
éste acaba adaptándose a ti
y entonces es cuando sabes
que estás en el lugar que te corresponde
y el desapego se ha transformado
en tu llave de acceso a la libertad del ser.

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jueves, 29 de marzo de 2012

El águila, la princesa y el anciano indio

Érase una vez un águila que vivía en unos picos tan elevados, salvajes y recónditos que se creían secretos. Su nido se asentaba en lo alto de una montaña que para muchos estaba tan perdida, que ya era una leyenda la cual contaba que esa montaña increíble e inexplorada por el ojo humano estaba más cerca del corazón del cielo que del de la tierra. Se decía que en su cima nacía el silencio el cual descendía sigiloso hacia el suelo de la tierra para que su rostro terráqueo dibujara una sonrisa apacible y se extendiera por doquier.

El águila se sabía afortunada por sobrevolar tan salvajes parajes y fundirse en la ligereza del aire. Para él su vuelo significaba libertad y experimentar, desde el aire, a su alma animal en su plenitud y gracia. Solía desplegar sus alas y dejarlas inmóviles para ir cayendo lentamente a merced del viento hasta remontar el vuelo ascendente y volar hacia el sol. En la falda de las montañas había un pequeño palacio perteneciente a un reino misterioso y acogedor, que sólo unos pocos conocían. La vida fluía calma, discreta y resplandeciente a la luz del alma de sus escasos habitantes cuya principal característica era la elevación de espíritu. Por eso, el águila no temía volar cerca de esas personas respetuosas, que amaban a las criaturas que habitaban en las montañas y en los bosques sagrados, que se alzaban sobre el seno de las montañas.

En el palacio la princesa lloraba la pérdida de unas valiosas joyas pertenecientes al linaje dinástico, que habían sido arrojadas por error y extraviadas en una vorágine emocional de confusión, descuido y turbación. Se sentía una irresponsable por ese acto cometido, en un momento efímero en que ella se había dejado dominar por emociones dañinas que habían nublado la claridad mental de la que habitualmente gozaba. En el esfuerzo por perdonarse a sí misma para no sentirse culpable y esclavizarse en su ego, vio al águila desplegando su vuelo imponente y sereno ante el palacio:

-Ojalá yo fuera ese águila y tuviera sus alas y su vista para ir a la búsqueda de lo que ahora yace oculto– pensó la princesa.

La princesa no lo sabía, pero el águila oyó su lamento y su deseo.

Así que el águila escudriñó con su vuelo todo el reino, cada rincón de la cordillera de montañas hasta que vio una luz dorada cerca de una especie de vertedero donde se depositaban los vertidos inorgánicos, a la vez que los vertidos orgánicos eran reciclados y transformados. Esa luz dorada era la luz que el sol irradiaba sobre algo metálico. El águila descendió y comprobó que el sello real estaba impreso en cada una de las cadenas y anillos de piedras preciosas en los que la luz solar se reflejaba. Sin duda, eran las joyas de la princesa. Con sus robustas garras, el águila las agarró.

Ese día, la princesa miró al cielo con esperanza, con la expectativa de ver al águila en el que ella había deseado convertirse. Y allí apareció el ave, dejando caer las joyas al suelo en el balcón real. La princesa lo vio todo y, emocionada y agradecida, se acercó al águila para decirle:

-El Universo me ha dado una sabia lección y en mi llanto aprendí a no aferrarme a estas pertenencias y a renunciar a ellas, a no apegarme. Así que te las brindo, querida águila, para que las distribuyas en la causa noble que tú elijas. Parte con ellas. Por tu detalle ha sabido que eres la más noble de las criaturas y confío en tu sabiduría y en tu intuición.

El águila asintió y las dejó en la puerta de una humilde organización medioambiental, que difundía una conciencia de respeto y de amor al planeta tierra y que estaba regentada por un anciano indio, vinculado desde niño al equilibrio natural y al mantenimiento de la pureza y de la belleza que reside en el alma y en el estado originario del planeta que nos acoge: en sus bosques, en sus aguas, en sus montañas y en cada rincón del hábitat terráqueo, legado para los humanos. Y así era como el anciano indio consideraba al planeta azul como el mayor de los tesoros y a él había rendido y entregado su vida. Consideró que las joyas eran una bendición de la Madre Naturaleza y como esas joyas provenían de un corazón bondadoso, pudo llevar a término un ritual secreto para el que se necesitaba esta base de inocencia y de amor noble, que estaba impregnado en las joyas pues el amor y el respeto que la princesa sentía por sus súbditos era auténtico y honesto.

De este modo, el anciano enterró una parte del oro y de las joyas, multiplicándola enormemente gracias a los conocimientos ancestrales de su familia que habían pasado de generación en generación y que les había transmitido la misma Madre Tierra. El anciano efectuó un rito sagrado y mágico en el vientre del planeta para que contribuyera al ciclo de la mineralización con la asistencia de la acción volcánica. Además, a nivel espiritual la vibración de los minerales se transmutó en ondas energéticas de amor y de sanación emocional y física. El sabio anciano también utilizó esas ondas para enriquecer la mineralización del agua dulce del planeta en la composición del agua en su curso hacia el mar y pidió con los ojos llenos de lágrimas que no sólo recibiera las aguas una equilibrada mineralización sino que el caudal del agua dulce de todo el planeta también fuera restablecido y llegara intacto hasta el mar, para que toda la humanidad pudiera beneficiarse y también para que las especies marinas se nutrieran de tan enriquecida agua, fuente de vida, de dicha y de salud terrenal, pues el planeta azul le debe su nombre, precisamente al agua, ese precioso líquido que regala hidratación y vida.

La otra parte de las cadenas y anillos de la princesa fueron donadas a los pobres y a organizaciones de erradicación de la pobreza y también de ayuda a los ecosistemas pues el anciano indio amaba al planeta por encima de todas las cosas, nada le importaba más que la preservación del entorno natural, de lo que los suelos y las diversas capas que la tierra alberga, creadas hace miles de millones de años. Para él, el latido de La Tierra debía de establecerse en un sistema de arterias completamente sano en el que especies animales y personas convivieran en armonía y en paz con los ciclos naturales y las estaciones. El buen anciano también sabía que este lecho de paz y de conciencia de sensatez también sería el asiento de criaturas divinas, celestiales que contribuyesen también a vivir en los valores de la espiritualidad y la luz que irradia en cada uno, esa parte no física que nos une a la totalidad y a la infinitud del cosmos a la que pertenecemos.

El anciano escribió un tratado con todo lo que le rebelaron estos espíritus naturales que luego fue respetado, difundido y aplicado por todo el planeta por hombres sencillos y comprometidos, de gran sensibilidad y elevación espiritual.

El anciano, el águila y la princesa se sentían enormemente satisfechos por todo lo que habían contribuido a crear esas joyas y desde ese momento, el águila se convirtió en el ángel protector de la princesa. Esta ave rapaz cada día sobrevolaba con su aguda vista el palacio real para velar y proteger a la princesa. Tras su vuelo en el edificio real, el águila volvía al nido donde le esperaban sus hambrientas crías, que habían quedado al cuidado de su madre, y allí eran alimentadas y protegidas.

Un día el águila enseñaría a volar a sus crías y les instruiría en la supervivencia en la naturaleza así como en la belleza, la profundidad y la emoción que suponía tener la fortuna de volar y reinar en ese vasto cielo que tocaba la cima de los picos nevados, esos picos montañosos en los que el soberano animal era el águila, ese ave poderosa, de fuertes garras y de majestuoso vuelo, cuyo corazón y alma está naturalmente conectado a su hábitat al igual que el resto de las especies animales.

Las noches acariciaban a las montañas con la luz de las estrellas y el halo plateado de la luna y los días asistían orgullosos con la complicidad de los rayos del sol para deleitarse en la belleza que desde entonces reinaba en la faz del planeta Tierra y en la divinidad de la luz, macerada en cada uno de nosotros desde nuestro nacimiento y que era considerada una de las mayores bendiciones.

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jueves, 22 de marzo de 2012

Los maestros invertidos según las hadas


Los maestros invertidos son aquellas personas que se cruzan en tu camino y que con su ejemplo te enseñan lo contrario a lo que debes aprender. Por tanto, si son diestros en el arte de la mentira, aprende sinceridad o sin son hábiles en el arte de la hipocresía, aprende autenticidad. Marcarles límites y mantenernos firmes en su osada actitud sin caer en su juego será nuestra mayor baza y nos conectará con nuestra seguridad y autoestima. Sin embargo, la presencia de un maestro invertido implicará paciencia por nuestra parte pues a veces su comportamiento es seguido por los demás o el cambio no siempre depende de nosotros en el preciso momento que vivimos la experiencia. No debe hacernos sentir mal el no estar de acuerdo con un maestro invertido y con los que aparentemente se les muestran sumisos.

Los maestros invertidos también son maestros que te muestran tus partes vulnerables, de las que quizás no eres consciente, aquellas que debilitan a tu ser y que precisan de tu transformación emocional para que emerja el ser auténtico y fuerte que eres. Por tanto cuando en tu vida tengas autenticidad o sinceridad, la valorarás más pues habrás conocido el lado contrario de la balanza gracias a ellos. Esto te permitirá conocer mejor tus límites y también tus fortalezas y ayudar a quienes estén pasando por tu misma experiencia.

La mejor arma de los maestros invertidos es el dolor que te causan con su comportamiento pero una vez gestionado el sufrimiento, la mejor lección que ellos nos dejan es que ante el odio o el resentimiento es mejor el perdón y el olvido: olvidarnos de quienes nos hicieron daño para apostar por el amor por la vida y por nosotros mismos. Podemos dejarlos libres una vez aprendida la lección y seguir nuestro camino, dejándoles atrás. Perdonar es un sentimiento de libertad interior en el que soltamos lastre y le damos un nuevo rumbo a nuestra vida. El perdón nos abre a la tolerancia y a la comprensión. Seremos capaces de comprender, aunque nuestros valores y dignidad nos impidan compartir lo que un maestro invertido nos enseñó con su actitud. Aceptar la realidad no significa necesariamente resignarnos a ella.

Con el perdón, los maestros invertidos habrán quedado atrás y también sus seguidores. Habremos dejado de alimentarles el ego y ellos mirarán en otra dirección allá donde haya quienes les nutran emocionalmente. Nosotros ya no seremos su alimento pues una vez integrada su lección, nuestra vibración habrá cambiado y ya no será pareja a la suya. Vibraciones similares se atraen, pero vibraciones opuestas se repelen a no ser que tengan pendiente alguna cuestión kármica, entre otras posibilidades.

Un maestro invertido es incapaz de reverenciar el momento o de recrearse en el milagro de la vida, en la bendición de vivir cada minuto o de dejarse llevar por un corazón enternecido ante la belleza del entorno y de los aspectos de quienes nos rodean. Lo sublime les pasa por alto, por tanto, su presencia es un aviso de las hadas para que aprendamos a desplegar nuestra propia magia para reconocer la luz en lo que vemos pues un maestro invertido está tan ciego que no sabe donde está. En cada flor, en cada niño, en cada elemento que está cerca de nosotros hay un pequeño Dios que al igual que nosotros ha venido a aprender y la sabiduría de su espíritu va a enriquecernos, si le abrimos el corazón y nuestra intuición nos lo pide. La intuición es esa voz interior que debería de tener tanta presencia como la voz que emana de nuestra boca, pero no siempre es así. Normalmente, ante la presencia de un maestro invertido, una persona intuitiva tendrá una extraña sensación que la alertará.

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martes, 20 de marzo de 2012

Mi frase para hoy...

"Cuanto más parecen complicarse las cosas, yo más me empeño en ser feliz. De este modo, lo complicado se vuelve sencillo."
http://www.mjesusverdu.com/castella/afirmaciones.htm

jueves, 15 de marzo de 2012

Cerca de mis guías en el río


Estoy en el pueblo donde vengo a meditar y a dejarme embelesar por la belleza del ahora que se presenta ante mi en este paisaje natural donde mis preocupaciones se esfuman. He abierto la reja de acceso al río y he invitado a venir conmigo a un perro de cara bondadosa que se ha cruzado conmigo. Él me ha seguido durante un trecho pero cuando me he sentado a escribir sobre la hierba, él ha preferido seguir su camino y se ha separado de mí.

Aquí siento sonreír a mis guías y me adentro en un estado de paz que me enseña a reverenciar el instante. Sin embargo, el verdadero mérito es aceptar el instante sin juzgarlo, aunque éste no sea de nuestro agrado. Apelar, entonces, a la quietud interior, aunque resulte difícil, ayuda a recordar que a pesar del terremoto emocional, sigues ahí, enraizada en tu equilibrio y tu fe.

Desde la alerta consciente, emergen lágrimas de tristeza por todo lo vivido lo cual hace que perciba que me estoy recreando en el papel de víctima, aunque también estoy sintiendo y mirando a una tristeza que había creído tener olvidada. La tomo en mis brazos emocionales y me responsabilizo de la situación. Responsabilizarse significa decir sí a lo que es o a lo que ha sido, asumirlo, aceptarlo sin sucumbir al juicio y seguir adelante, dando gracias por lo aprendido.

Me doy cuenta de que, mientras he estado llorando durante este breve espacio de tiempo, reviviendo mi dolor, me he perdido el sonido sublime del canto de los pájaros que rompen el silencio del paisaje para recordarme que siga aquí y ahora. Sumidos en nuestro sufrimiento, nos perdemos lo mejor.

Hace poco ha llovido durante unos minutos y las gotas de lluvia reposan sobre las briznas de hierba, confundiéndose con el rocío matinal.

El sol parece que hoy le cuesta brillar pues unas nubes traviesas están jugando a ocultar su luz, pero al final el sol les está ganando la batalla. Por eso estoy empezando a saborear su triunfo, sintiendo un calor reconfortante en mi espalda.

La vida me ha enseñado que la felicidad se basa en la libertad, la sencillez, la humildad y el contacto con la naturaleza, ese regalo divino que nos ofrece la Madre Tierra y que las hadas custodian con tanto celo y vocación. Debemos respetar al planeta Tierra y amarlo como a nosotros mismos. Una forma de tratar con cariño al planeta es saber cultivar buenos pensamientos pues éstos inciden sobre la energía terrestre y elevan su vibración a la vez que elevamos la nuestra y la de quines nos rodean.

El río sigue sonando… su sonido no cesa, impulsado por su fuerza eterna y abrazado por los árboles de la orilla. Los árboles lo abrazan, agradecidos de que el agua los alimente y les garantice su subsistencia. A pesar de que lo árboles están a cierta distancia del río, se hallan más cerca de lo que parece ya que sus raíces se orientan hacia el río y es como si lo tocaran.

Nuestras raíces también pueden acercarnos a lo que nos nutre y nos aporta, ellas saben sabiamente adonde dirigirse, si se lo permitimos. Cuanto más pretendemos complacer y más nos dejamos absorber por las exigencias y los cánones del exterior, menos conectamos con nuestras raíces interiores y vivimos la vida en desconexión con lo que realmente somos: seres de luz con alas de alma.

Me pasaría la existencia contemplando este río y no entiendo como su belleza y su perfección pueda pasar desapercibidas a los demás. Pero aquí reside precisamente el encanto de este lugar de cuento de hadas pues, de este modo, puedo disfrutarlo en recogimiento y en soledad, algo que ahora me pide el alma a gritos.

Hacía tanto tiempo que necesitaba detenerme y llevar una vida sencilla y tranquila de escucha interior que ahora la vida me parece un sueño del que sé que un día despertaré y me encontraré cara a cara con mi alma y le diré:

-Ahora no sólo puedo sentirte sino que puedo verte no contenida en cada cosa que he visto como hasta ahora sino que al fin te puedo contemplar tal como eres en esencia. Te veo y me veo a mí misma. Y sé que algún día de nuevo partiré a tu encuentro…

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viernes, 9 de marzo de 2012

Cuento de la niña interior

Érase una vez una niña interior que se encontraba atrapada en la eternidad de una pradera abrazada por las montañas y cruzada por un río. La niña interior se resistía a trasladarse a la edad adulta pues huía del sufrimiento que en su más tierna infancia había vivido.

Un día su adulta interior fue a buscarla y le pidió que ambas partieran de aquel refugio de la niña para convertirse en una. La niña tenía miedo y se negó. La adulta se puso a llorar y le confesó que sentía que ellas eran la misma persona y que la adulta ya no podía seguir viviendo separada de su niña interior.


-Reconócelo -le dijo la adulta a la niña- : estás atrapada entre dos mundos emocionales. Sal y reúnete conmigo-.

La niña desapareció pero la adulta le advirtió que no cejaría en su empeño de ir a buscarla, cuantas veces la vida se lo permitiera. Y la adulta con lágrimas en los ojos y con toda la fuerza de su alma y de su corazón le pidió a sus ángeles guardianes:

-Por favor, dejadme que me funda con mi niña interior. Esa niña con quien deseo reencontrarme. Esa niña que casi había olvidado y que no me conoce pero que ahora se ha convertido en el centro de mi mundo. Quiero amarla, cuidarla y protegerla como se merece. La miro y veo una hada, incluso más que a una hada pero siempre se marcha volando con sus alas...


Los ángeles le prometieron que la ayudarían.

Un día la adulta soñó con un nuevo horizonte y una voz de niña la despertó y le sonrió con dulzura.

Una nueva vida había empezado para ellas.

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viernes, 2 de marzo de 2012

Una poesía de las hadas...

Tocan las campanas en el pueblo
complacidas ante el renacer
del nuevo día,
que me bendice
con su caricia de luz
y me regala el silencio del amanecer.

El borboteo del agua del río
me amansa los sentidos
y me resuena en el ser.

La hierba se ha despojado
de las gotas de rocío,
se las sacude
y moja a las hadas,
que se van volando
antes de que la humedad
les empape las alas.

Y el río sigue ahí:
presente y eterno,
testigo ancestral de la dualidad del ahora.

Un pájaro baña con su trino
el río por la mañana,
mientras la belleza de su canto
enternece a los elfos y a los duendes,
ocultos a la vista humana.

Este paisaje quieto y sublime
invita a la meditación
y a la contemplación del alma que lo nutre.

Tener la dicha de estar aquí
es como un susurro de bendición y de cariño.

La melodía del río penetra en mi corazón
y me eleva hasta el canto de los ángeles.

Anclada en la tierra,
me siento en el cielo,
cuando las nubes se escapan
y los rayos del sol,
dóciles y tibios,
se funden con mi piel.














Observo a la divinidad
que mora en todo
y una sensación de alivio y liberación
se adueña de mí.

La perfección, que se halla ante mí,
viene vestida de naturalidad
y de una presencia callada
cuya voz silente
nació de constelaciones
que constituyen la atalaya
desde donde se avistan nuestros sueños.

Pero mi sueño está en el instante que respiro,
en las montañas que me abrazan,
en el alma gemela
junto a quien me despierto cada mañana.

En la intimidad del ser,
me hundo en mi espacio de paz
en el que ha entrado de puntillas
las sonoridad de la naturaleza.

La alfombra de la pradera
se extiende más allá de lo que puedo divisar.

Hay tanta vida dentro y fuera de ella
que me siento muy afortunada de atestiguar
en este momento
el ciclo continuo de la vida.

Las hormigas recogen su alimento,
las mariposas liban el néctar
y las lagartijas corren veloces,
cuando las sorprendo.

En la quietud reside el amor
que todos albergamos
y que queda al descubierto,
cuanto más perdonamos
y nos desprendemos de lo viejo.

Entonces, el ahora nos abre
a una dimensión de magia
cuya llave es el sentir
y su sabor se cuece
con especias suaves, sanas y equilibradas
en la cocina
pausada, consciente y en armonía
con cada minuto de la existencia.

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