sábado, 26 de enero de 2013

Los maestros invertidos según las hadas (2)



Los maestros invertidos son aquellos que nos dan ejemplo con su actitud de aquello en lo que no debemos convertirnos o de aquello que, sin ser conscientes, reside en nosotros, y que debemos pulir en nuestro interior para que dicho rasgo deje de ser un hábito. Por tanto, si algo nos molesta de alguien, podemos marcarle límites y ser asertivos, pero, también lo que debemos hacer es precisamente analizar en nosotros qué es lo que puede haber en nuestra personalidad que se parezca a ese comportamiento ajeno que tildamos como molesto. Si lo encontramos, con el sólo hecho de haberlo identificado hemos dado un primer paso para tomar conciencia y rectificar, desarrollando en nosotros precisamente su valor opuesto en la balanza. Por ejemplo, si nos molesta la actitud rígida de alguien, entonces deberemos desarrollar tolerancia o flexibilidad.

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Las hadas también nos indican otro ejemplo: si encontramos a alguien ruidoso, entonces quizás nosotros tenemos este ruido en nuestro interior, a lo mejor, tenemos un tono de voz demasiado alto, charlamos demasiado o le damos vueltas a todo, en un constante parloteo interior, o bien es momento de aprender a encontrar el silencio interior, de escucharnos o de hablar menos para adentrarnos en la sabiduría del alma. Si nos perturba la intolerancia o la soberbia de alguien, a lo mejor existe rigidez u orgullo en nosotros, por tanto, al trabajar en uno mismo la humildad o la flexibilidad ya sea física o mental, provocará una transformación evidente en nuestra realidad. Otro ejemplo sería en caso de los algunos suelan aprovecharse de nosotros, entonces quizás sea momento de fortalecer la autoestima, de saber decir que no o de empezar a conocernos mejor y dedicarse tiempo a uno mismo. Si precisas de mayor coherencia en tu vida, la actitud del maestro invertido va a ser decirte o más bien ordenarte lo que debes hacer en tu vida, pero tu maestro invertido, en cambio, en circunstancias similares a las tuyas no predicará con el ejemplo que paradójicamente tiene costumbre de imponer a los demás. Esto te hará darte cuenta de que si él no actúa conforme a las palabras que pronuncia, tú haz lo contrario que él y actúa conforme a las palabras serenas que brotan de tu corazón.   


Al implementar nuevas actitudes, el maestro invertido está condenado a desaparecer o bien nosotros escalaremos una posición mejor. Y si no somos incapaces de detectar qué es lo que puede existir en nosotros que se asemeje a lo que nos afecta de ese comportamiento ajeno, entonces, podemos tratar de averiguar qué otros aspectos podemos identificar en esa tercera persona para poderlos corregir en nosotros mismos. En este caso, puede haber algún defecto en nosotros cuyo opuesto podemos integrar a nuestra escala de valores o a nuestra forma de actuar. Este cambio interno pero decidido conscientemente por uno mismo no será fácil, pero, de llevarlo a cabo, se obrará el milagro o el cambio favorable en nuestras vidas destinado a llenarlas de paz y bienestar emocional.        

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Los maestros invertidos no suelen venir a aprender, más bien, ellos nos enseñan a nosotros y aunque su enseñanza no sea agradable de asimilar, sus lecciones suelen ayudarnos a avanzar más de lo que creímos en un principio. Al habernos transformado nosotros en el cambio que deseamos ver en nuestro entorno y, por tanto, en el opuesto que tanto manifiesta nuestro maestro invertido, entonces él deja de ser nuestro espejo, para pasar a convertirnos precisamente nosotros en su espejo. Pero raramente un maestro invertido va a aprender de nosotros y, por tanto, a preguntarse qué es lo que le muestra el espejo de otro (o lo que puede aprender de otro). Sin embargo, al haber cumplido el maestro invertido su rol en nuestra vida, le guste o no, la nueva realidad le salpicará de formas que jamás hubiese imaginado sobre todo teniendo en cuenta que dos personas con vibraciones distintas, por ley del Universo, están condenadas a completarse o a repelerse pues sólo personas con vibraciones similares suelen estar juntas durante mucho tiempo. 

Cuando la vida desplaza a alguien de este modo, no se debe cometerse el error de ser indulgente con él pues si así se hiciera, no sólo se impediría u obstaculizaría su trayectoria o camino de aprendizaje, sino que además ese alguien al estar interfiriendo u obstaculizando, acumularía más karma en su propia experiencia al cargar con el karma del otro, quizás por querer responsabilizarse o inmiscuirse en una situación ajena que no le incumbe. Cuando se logra aprender de un maestro invertido, siempre nos llega una ayuda milagrosa e inesperada capaz de dejar boquiabierto a cualquiera y a mostrarnos que nadie escapa a la sabiduría y la perfección de la vida. 

 

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La vida tiene un carácter sagrado que un maestro invertido nunca sabrá alcanzar pero que, paradójicamente, su insólita actitud nos ayudará a tocar con su peculiar varita mágica y al hacerlo, logrará que reconozcamos el regalo de la vida y a reverenciarla en cada instante. 

Vivir en un estado continuo de agradecimiento suele alejar a todo aquél que repudie esta forma de vida, incluso a los maestros invertidos, dependientes de la aprobación de los demás, enemigos de la soledad o el recogimiento en uno mismo e  indiferentes a lo sencillo y a la luz del corazón. 
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Autora texto e ilustraciones: María Jesús Verdú Sacases
Técnica ilustraciones: Pastel
Texto e ilustraciones inscritos en el Registro de la Propiedad Intelectual. Licencia Creative Commons Reconocimiento 3.0

viernes, 18 de enero de 2013

De conejo de granja a conejo de bosque



Érase una vez un conejo pequeño de granja que vivía felizmente en una cómoda jaula con sus padres. Cada mañana y cada atardecer, el granjero les daba de comer y de beber y no les faltaba nada. Era una forma de vida agradable, pero un día su granja se incendió, lo que les obligó a huir hacia el bosque, donde iniciaron una nueva vida. No obstante, nuestro conejito no estaba muy conforme con la nueva situación porque echaba de menos su granja.

En el bosque sus padres construyeron una madriguera de la que, al principio, nuestro amiguito no quería salir. Sin embargo, un día el conejo cambió de opinión, obedeció a sus padres y se fue a conocer el exterior. En cuanto salió de la madriguera, se topó con un conejito más pequeño que él, tan pequeño que aún no hablaba, pero eso no era inconveniente para que el conejo, más pequeño que nuestro amigo, quisiera que jugaran juntos.

-¡No me gustas mucho!- protestaba nuestro amigo-. Eres un conejo tan pequeño que todavía no hablas, sólo sabes correr y saltar.

Como, afortunadamente, el conejo pequeñito aún no entendía el lenguaje hablado, no podía comprender las quejas de su amigo. Además, estaba lleno de ilusiones y no paraba de brincar alrededor de nuestro amigo, animándolo a descubrir los prados y las montañas.

-¡Déjame tranquilo! Yo no quiero ir a otro sitio que no sea mi granja. Y no me señales las zanahorias y la alfalfa. ¡No me gustan!. Prefiero el pienso de la granja que nos daba el granjero. Tú no eres más que un conejo de bosque. Yo, en cambio, soy un conejo de granja.

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Pero el conejo más pequeño no entendía nada y continuaba insistiendo en que se fueran juntos hacia el interior del bosque, hasta que lo consiguió.

-Ve con él, pero no os alejéis mucho –le advirtieron sus padres.

Así que el conejo protestón siguió a su amigo, el conejo más pequeño, perseguidor de una mariposa que no cesaba de volar.

-¡Vigila! ¡No corras tanto!¡Te caerás!-

Pero él no paraba de correr detrás de la mariposa.

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Los tres se toparon con un río y la mariposa continuó volando sobre la superfie del agua. Esto obligó a detenerse al conejo pequeño que la perseguía.

-¡Suerte que te has parado! –exclamó el conejo mayor-. Un poco más y te caes al agua.

En ese instante, sobresalió entre la hierba del agua la cabecita de un pez que iba a saludarlos.

-¡Hola amigos!-

-Yo no te conozco de nada –le dijo el conejo protestón.

-Bueno, pues a partir de ahora sí que me conoces. A quien yo sí conozco desde hace unos días es al conejillo que viene contigo.

-Perdóname -se disculpó el conejo nuevo en el bosque- . Hace poco que he empezado a vivir en un entorno totalmente diferente al que estaba acostumbrado en la granja y estoy inquieto y me siento un extraño...

-Tranquilo, ya te acostumbrarás. –le respondió el pececillo.- Nosotros ahora somos tus amigos.

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-¿Cómo podemos ser amigos, si somos tan diferentes? Nosotros vivimos en tierra y tú, dentro del agua –le respondió el conejo mayor al pez.

-Que seamos diferentes no es razón para no intentar entendernos y enriquecernos con otros puntos de vista y formas de pensar diversas –le manifestó el pez.

-¿Ah, sí?¿En qué podemos ayudarnos? –le preguntó el conejo.

-Por ejemplo, avisándoos de que volváis a casa porque está empezando a oscurecer.

-¿Cómo nos iremos de aquí? –se lamentaba el conejito-. Seguro que mi amiguito no sabe volver a casa, es demasido pequeño para conocer el camino y yo tampoco me he fijado.

-No pretendas tenerlo todo bajo control –le advirtió el pez –y déjate ayudar. A veces, hay que contar con el factor inesperado...

-¿Cuál? –le preguntó el conejo.

-Con mi amigo, el gusano de luz. Él os ayudará a volver a casa pues está oscureciendo.

-¡Gracias!¡Qué bien!.

-¡Gracias a vosotros y volved a visitarme al río!-

-¡Claro que lo haremos!¡Adiós!-

Autora texto e ilustraciones: María Jesús Verdú Sacases

Cuento e imágenes inscritos en el Registro de la Propiedad Intelectual. Licencia Creative Commons Reconocimiento 3.0


Texto extraído de mi página web: www.mjesusverdu.com y de mi libro de descarga gratuita de Bubok Editorial: Cuentos de hadas para niños y adultos





jueves, 10 de enero de 2013

La rana y su hada-guía


 
Érase una vez una rana que vivía en una pequeña charca. No estaba muy satisfecha de su casa porque era demasiado pequeña y las algas que le impedían nadar con total libertad.  

Cuando se encontraba fuera del agua, frecuentemente se reflejaba en el espejo de su superficie, pero no parecía muy contenta con su imagen. A veces, llegaban las libélulas a volar sobre la charca y la ranita, escondida entre la vegetación, contemplaba la belleza de sus alas y la libertad que éstas les daban. Ella, en cambio, era esclava del agua de la charca, nunca tocaría el cielo, ni el sol, ni la luna porque no tenía alas. Reconocía que envidiaba a estos insectos de vistosas alas sobre las cuales los rayos del sol se paseaban para convertirlas aún en más bonitas. ¡Cómo si no lo fueran bastante!. Parecía como si la belleza de los colores del sol se alojara en las alas de las libélulas. Pero la rana nunca sería tan bonita. Además, sus largas patas eran feísimas.





La vistosidad de las alas de las libélulas dependía de la incidencia de los rayos solares sobre ellas; pero en cambio, las alas de las mariposas tenían belleza propia, la de sus colores vívidos y fijos. Algunas de ellas eran tan bonitas que parecía que le hubieran robado los colores al arco iris, ese arco que salía después de la lluvia.


La rana lamentaba no tener la misma suerte de las mariposas.




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Un día vio a un hada del bosque refrescándose en el agua de la charca y, una vez más, deseó tener para ella sola esas alas tan maravillosas de la libélula, de la mariposa y del hada del bosque. El hada, una hada-guía muy sabia, le leyó el pensamiento y le dijo:

-No pierdas el tiempo quejándote y envidiando a los demás, y saca partido de tu experiencia.

El tiempo es nuestra cosa más valiosa y hemos de emplearlo de forma positiva. La crítica y la envidia no son nunca positivas y nos bloquean. En lugar de vivir pendiente de los demás, ¿por qué no vives pendiente de ti misma? ¿Por qué no intentas aprovechar el potencial de tus piernas, por ejemplo? Ellas te pueden llevar más lejos de lo que piensas. 

¡Intenta mejorar tu existencia!. Hazlo, si lo haces, la vida te resultará una aventura de lo más emocionante. ¡No tengas miedo al cambio!. Si no te gusta como vives, empieza por cambiar tú y, ¡te aseguro que tu vida será diferente!. ¡Anímate!. Sé que encontrarás la manera.

 

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Y, acto seguido, la preciosa hada desapareció.

Esa visión sacudió a la rana y le hizo pensar mucho. Y descubrió que cambiar su vida, dependía, en gran medida, de ella misma y de la perspectiva desde la cual enfocara su situación.

-Quizás no tenga alas, pero tengo unas patas que me pueden llevar lejos de la charca, quizás a una charca más grande, ¡donde podré nadar hasta no poder más!


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La rana empezó a saltar. Cada vez sus saltos eran más largos y la llevaban más lejos. Se dio cuenta de que nunca podría volar, pero saltar era una forma de tocar el cielo y de experimentar el placer de la libertad.


Además, ella era capaz de hacer una cosa que las libélulas, las mariposas y las hadas no podrían hacer nunca: ¡nadar!. En ese momento, se sentía dueña de un gran poder, poder desenvolverse en dos medios naturales a la vez, el agua y el aire. ¡Imaginaos la capacidad de nuestra ranita!. Podía nadar tranquilamente en la charca, por cada rincón, entre las algas, hacia arriba y hacia abajo y, cuando le apetecía, en lugar de perder el tiempo mirando las alas de los demás, se ponía a dar saltitos sobre las hojas que flotaban en el agua y no solo podía saltar sobre ellas, sino también sobre el suelo fresco y húmedo que rodeaba a la charca. Su vida ahora había cambiado. Pero le hacía falta continuar evolucionando y transformándose interiormente. Así pues, se planteó ir a una charca más grande pues  sentía que se expandía interiormente y, que, por lo tanto, su entorno natural también debía crecer. Desconocía el modo de marcharse de su charca porque sus preciadas patas no le permitían recorrer largas distancias.¿Cómo se espabilaría?

En aquel preciso momento, concentró toda su fe en el hada que hacía unos meses se le había aparecido, pero no obtuvo respuesta. Nuestra rana estaba muy desanimada.¿Cómo podría cambiar su vida, si no obtenía los medios para hacer efectivo el cambio? Además para sus amigos de la charca sus pretensiones no tenían ni pies ni cabeza y, por tanto, no debía complicarse la existencia. Para ellos, quedarse en la charca, era la opción más segura.


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Pero nuestra ranita no era una rana acomodada, resignada ni perezosa y estaba decidida a sentir la emoción de la vida, a creer en sus ideas y llevarlas a la práctica.No sabía cuándo, pero se repetía a ella misma que no era necesario enfadarse y que, cuando menos se lo esperara, aparecería la respuesta que tanto buscaba.

Un día llovió tanto que el agua de la charca sobresalía por todas partes, arrastrando hacia fuera a nuestra rana y haciéndola caer en un agujero.

-¡Qué miedo tengo –decía, llorando-. ¡Cómo me arrepiento de haber querido cambiar. ¡Cuánta razón tenían mis amigos al aconsejarme que me conformara con mi situación. Ahora, por mi culpa, nunca saldré de este maldito agujero. ¡Quiero volver a mi charca!.

Continuaba lloviendo tanto que el agujero se llenó de agua y la ranita volvió a salir hacia afuera, llevada de nuevo por la fuerza de la corriente, que invadía el bosque. 

 -¿Dónde me llevará este río de agua?.¿Dónde iré a parar?. Si deja de llover y me quedo parada en medio de un camino, ¿qué haré cuando este caudal se seque?, ¿me moriré?.

Pero quiso la suerte que el ímpetu de esa corriente la condujera a una charca más grande y nuestra ranita dijo:

-¡Qué bien!. He ido a parar a una charca mejor.

Fue entonces cuando vio que su amiga, el hada, se alejaba volando...

Autora texto e ilustraciones: María Jesús Verdú Sacases. Texto e ilustraciones inscritos en el Registro de la Propiedad Intelectual. 
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Texto extraído de mi página web: www.mjesusverdu.com y de mi libro de descarga gratuita de Bubok Editorial: Cuentos de hadas para niños y adultos





domingo, 6 de enero de 2013

Cuento del hada y el duende



Érase una vez un humano tan introvertido que no sólo se había cerrado al mundo exterior, sino también al interior, de tal modo que le costaba reconocer sus propios sentimientos. No se conocía a sí mismo. Así que un duende y un hada trabajaron en colaboración para lograr identificar sus sueños e impulsarle hacia ellos. De día, indagaban en su corazón y de noche, reposaban en su alma para descifrar los mensajes que la respiración del humano les revelaba sobre su psique.


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Un día, el humano abrió un libro en el que leyó el cuento de un duende y un hada que habían partido hacia un lugar lejano en busca de los ingredientes de una receta mágica para alegrar a alguien que ya no creía en nada, ni tan sólo en sí mismo. En ese momento, el humano cerró el libro de golpe porque se dio cuenta de que los ingredientes debía descubrirlos él y para ese fin, partió en su búsqueda pero se trataba de una búsqueda interna en la cual al final del camino llegaría a conocer el final de ese libro que acababa de cerrar…

Ilustración registrada


No estaba sólo pues supo que al igual que en el cuento que había leído, él también podía contar con su duende y su hada y fue entonces cuando sintió su presencia y la sintió como un beso de aire fresco… Miró por la ventana y vio los primeros rayos del alba. En el inicio de ese nuevo día, él empezaría a auto explorarse hasta que uno de esos rayos le mostrara sus sueños… 

Autora texto e ilustraciones : María Jesús Verdú Sacases
Texto e ilustraciones inscritos en el registro de la Propiedad Intelectual  

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sábado, 5 de enero de 2013

El enanito y su árbol


Érase una vez un enanito que desde que nació, cuidó con esmero de un árbol del bosque donde vivía. Solía hacerlo con todas las setas, sobre las cuales le gustaba sentarse, y también cuidaba del resto de los árboles del bosque, pero del que más se encargaba era del árbol que constituíta su hogar. Así que le prodigaba los mejores cuidados y el árbol le correspondía, guareciéndolo de las gotas de lluvia, de la ventisca, refrescándole con su sombra y filtrando con sus hojas los calurosos rayos de verano.
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El enanito había conectado con el espíritu de su árbol, por eso, le encantaba sentarse y guarecerse debajo de él y sentir cómo le protegía. La copa de su árbol le parecía majestuosa y podía percibir el equilibrio de la energía de la tierra con la del cielo, recogida a través de sus hojas y succionada por las raíces del árbol. El enanito se apoyaba contra el tronco del árbol y le parecía que se mecía entre el cielo y la tierra, en un dulce vaivén que lo adormecía lentamente… 
Estar con su árbol le producía una sensación de paz y de confianza en los elementos de la naturaleza: esa naturaleza verde que él adoraba. De cada elemento del bosque se desprendía una sensación de vida latente que el enanito podía captar y proteger.

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Pero un día un rayo destruyó el árbol y el enanito no paró de llorar. Lloró tanto que el suelo empezó a humedecerse. La escena conmovió al mismísimo sol el cual, tras una ligera lluvia, se acercó de puntitas un poquito más a La Tierra y con sus primeros rayos matinales, apareció en el mismo lugar donde antes estaba el árbol, un tímido brote con un tallo pequeño y hojitas verdes… Cuando el enanito lo vio, se alegró y reconoció a su árbol y… ¡empezó a dar saltos de alegría! Su amigo, el árbol, ante tanto llanto había decidido volver a nacer. Así que el enanito empezó a cuidarlo con esmero…
Autora texto e ilustraciones: María Jesús Verdú Sacases
Texto e ilustraciones inscritos en el Registro de la Propiedad Intelectual. Licencia Creative Commoms Reconocimiento 3.0
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Texto extraído de mi libro de descarga gratuita: Cuentos de hadas para niños y adultos
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