martes, 23 de abril de 2013

El círculo de la música hadada


Hada,

Los destellos de las estrellas me llegan al corazón y me ensancho, batiendo mis alas y elevándome hacia la luz que me hechiza.

Te descubro ahí como si estuviera en un sueño y me conmueve tu presencia apacible.

Te colocas a mi lado y me soplas tu magia, mientras iniciamos un vuelo hacia el país de las hadas.

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Allí todo es tan divino como los ángeles. Las estrellas, que permanecen en mi corazón, salen a bailar en círculo y llaman a las hadas para que se unan a su danza. Los duendes y los gnomos también se agregan al espectáculo sonriente donde la alegría es la diva que capta mi atención. Ella se apodera de mí y las notas de música traviesas atraviesan mi piel y me invitan a participar. 

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Os abrazo a todos al ritmo de mi alma, conocedora de esa partitura que cambia mi vida y que me impulsa a seguir la melodía de mis sueños: es la dulce sinfonía que escucho cada noche antes de dormirme y que hace que parpadeen las estrellas en el firmamento, ansiosas por trasladarse de nuevo a mi corazón y regresar de nuevo al círculo de la música hadada cuya orquesta interpreta la vida como un canto a la conciencia, donde cada instrumento se afina en cada paso hasta alcanzar el tono de la maestría del alma.    

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Autora texto e ilustraciones: María Jesús Verdú Sacases
Texto e ilustraciones inscritos en el Registro de la Propiedad Intelectual
Técnica ilustraciones: Acuarela

domingo, 7 de abril de 2013

El príncipe del bosque


Aquí tienes el audio de mi cuento:


Érase una vez un príncipe que harto de la vida tediosa, fácil y fastuosa de palacio, quiso experimentar el otro lado de la balanza. Así que partió para vivir solo en el campo. Con sus propias manos construyó una casa en un claro en el bosque y empezó con su nueva vida fresca, sencilla y humilde. El príncipe adoraba despertarse con el canto melodioso de los pájaros, con la caricia de los rayos del alba y con el olor a tierra fresca que embriaga el bosque en las primeras horas de la mañana. Esas sensaciones lo conectaban con la protección del regazo de la madre tierra, la cual amparaba a su hijo a través de la belleza que irradiaba la naturaleza que el príncipe tenía el honor de presenciar en cada instante.  
      
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-Me siento el rey del bosque- murmuraba el príncipe, mientras sonreía para sus adentros. 

El príncipe se sentía tan en paz consigo mismo y con el entorno natural y mágico que lo rodeaba que él, a veces, al atardecer parecía escuchar el latido que provenía del corazón la brisa, mientras ésta jugaba con los cabellos del monarca.  
 
Cuando finalizó la construcción de su casa en la naturaleza, el príncipe sembró la tierra y con esfuerzo y sudor, empezó a cosechar sus frutos.  
 
Un día, se acercó a la casa del príncipe un antiguo sirviente del éste y él lo acogió en su hogar de olor a madera joven. El sirviente construyó en él un horno de piedra y de leña para cocinar pan y otros víveres que luego vendía en el mercado junto a los frutos que daba la tierra de cultivo. Ambos trabajaban duro y su recompensa era la paz que sentían en su corazón y la ligereza y la liviandad con que experimentaban el ser tan lejos ahora de los entresijos, de las murmuraciones y de la algarabía de palacio.    
 
El sirviente también construyó un pequeño granero junto a la casa. A veces notaba que pequeñas cantidades de grano desaparecían pero eran tan insignificantes que se olvidó del asunto.    
 
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El príncipe y su sirviente, ahora amigo, acababan tan cansados al llegar la noche que no notaban la presencia de unos discretos y minúsculos seres que durante la noche colaboraban en las tareas de limpieza del hogar y también correteaban y jugaban en el jardín de la casa.  Un día el príncipe no podía dormir y los descubrió y vio como varias alas y piernecitas se marchaban revoloteando a gran velocidad y con nerviosismo para esconderse en el reducido espacio entre las cortinas y los cristales de las ventanas en un movimiento en zigzag que no parecía propio de los insectos. Sin embargo, el príncipe no le dio importancia.    
 
Al despertarse, en la casa del bosque del príncipe se recibió un mensaje del pregonero del reino anunciando el bautizo del sobrino del príncipe. No podía faltar. Así que el príncipe y su sirviente asistieron al evento con gran ilusión. Fueron recibidos en palacio con pompa y honores y, acto seguido, pudieron conocer a la encantadora criatura protagonista de la fiesta.    
 
El príncipe y su sirviente se quedaron a solas con el bebé, mientras éste sonreía, pero era una sonrisa especial. Entonces ambos se dieron cuenta de que el niñito no les sonreía a ellos sino a los seres de luz que había tras ellos: hadas, duendes y elfos que no habían podido resistir la tentación que deleitarse con la presencia del niño y jugar con él.  
 
El príncipe y su sirviente se retiraron silenciosamente para permitir tan tierna escena. Sin duda, ellos no habían acudido solos a la fiesta. Los habían seguido los seres de luz que cada noche bendecían con su presencia el hogar del príncipe.    
 
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-Ellos son los que se comen el grano que desaparece del granero –pensó el sirviente.  

-Ellos son los que limpian la cocina por las noches –pensó el príncipe.   

Pero ambos guardaron el secreto.
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Autora texto e ilustraciones: María Jesús Verdú Sacases
Texto e ilustraciones inscritos en el Registro de la Propiedad Intelectual
Técnica ilustraciones: Acuarela