Duendes



Desde la paz del bosque


En este día lluvioso aquí me siento tan invisible y a salvo como los elfos y las hadas, que adivino que me observan desde la lejanía, tras la frescura de este rincón natural de ensueño, y los cuales me han empujado hasta aquí. Aunque yo no los vea, los siento conmigo y en el recogimiento y la intimidad del instante reverencio su presencia y les envío un beso desde el calor del alma.   

 Imagen inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual*

La lluvia cesa y apacigua el momento. La serenidad se apodera del instante e impregna el espíritu animal y vegetal que me rodea, me abrazara con la luz de su corazón. Las nubes empiezan a deslizarse, a corretear entre la maleza y rozan el suelo casi sin querer. Las tengo enfrente de mí, esponjosas, escurridizas y etéreas y las percibo como una bendición que me infunde armonía y confianza. Es como si el silencio naciera aquí y yo hubiera venido a enraizarme en él.   Me siento una con la vegetación y sus raíces de sosiego se anclan en mi alma. Me susurran que fui la niña que corría libre por las montañas y que pronto la veré sonreír. La visualizo, la tomo de la mano y la mezo en mi regazo. Pronto se queda dormida y tiene un hermoso sueño. Pero el mejor sueño es el que se vive despierto desde el ahora pues nos conecta con la perfección del instante visto sin juicios ni temor, respirando agradecimiento y hablándole desde el corazón.   

La magia de este lugar me cala tan hondo como la humedad que ha dejado la lluvia. Este parece un bosque de cuento de hadas capaz de albergar vida con el amor sin condiciones de una madre que ama sin esperar nada a cambio.   

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El instante me agarra y me fundo en su esencia libre de forma, disfrutando de su magneficiencia pero sin tratar de asirlo. La naturaleza de la vida es libre. Así, todo tiene derecho a ser pues es por sí mismo. Tratar de modificar esto mediante el control es una locura.   Existe una fuerza tan grande en la naturaleza que me estremece el simple hecho de percibirla... pero la Madre Tierra tiene el don de llevarnos hacia dentro para reconocer al ser y embebernos de su paz y de la explosión de vida que irradia. Este es un milagro que estoy experimentando en este 2012, el milagro de estar aquí y ahora y de ser consciente de la grandiosidad que se halla en todo incluso en lo diminuto. Ahora percibo la dualidad como algo que hay que aceptar e integrar en nuestra experiencia en bien de un mayor conocimiento para comprendernos mejor y a todo y a todos los están incluidos en nuestro camino.   

Me sigo dejando sobrecoger por el ambiente calmo de este paraíso callado sólo rasgado por el sonido fugaz del movimiento rápido de los animales y el canto melodioso de los pájaros. Con su trino elevan la vibración del Universo y le otorgan la condición de sublime y especial.   El planeta Tierra es un lugar único y testimoniar la belleza y perfección que poseen sus paisajes es un regalo del cielo. Intuyo que los ángeles y los seres elementales de la naturaleza custodian este lugar y les pido que sigan protegiendo el mundo para que una mayor conciencia se instale en cada uno de nosotros. El potencial de la raza humana es infinito y puede usarlo en beneficio de toda la creación.   

Me quedo inmóvil antes los árboles. Esto me enseña a observar y a ser testigo imparcial de los acontecimientos. Esta constituye una de las mayores joyas de la sabiduría que nos dejaron nuestros antepasados: ser capaces de dejar de emitir juicios y desarrollar una mente neutral y ecuánime. Pero para eso se necesita aprender escuchar más y a hablar menos para que el silencio y la tranquilidad de espíritu se aposenten en nuestros pensamientos. Esto sólo lo consigue la perseverancia, la fe y la paciencia. La paciencia constituye esa maestra que proviene del ser y que nos alienta a caminar más despacio, para comprender cada paso dado y estar alerta sin tensión. Hay que tener mucha paciencia para vencer a la mente parlanchina.   

La elevación de este lugar montañoso me conecta con mis ancestros y les transmito mentalmente mi cariño para que sepan que siguen formando parte de mi familia de luz.  

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En un tiempo anterior todos tuvimos alas y volverlas a desplegar para encontrar nuestro lugar, transcender y elevarnos a donde pertenecemos, forma parte de nuestra misión.    

Una mayor luminosidad baña el bosque y noto que lo invisible está más cerca. No siento miedo sino acompañamiento y respeto hacia mi espacio vital. El respeto es el secreto que hace que las relaciones funcionen y que lo diferente pueda convivir sin dañar.   

Las nubes están subiendo. Yo me iría con ellas, lejos, hasta el arco iris y me quedaría allí con mi niña interior, bajando por él como si fuera un tobogán.   Resulta todo tan hermoso e idílico desde aquí que las preocupaciones se han escapado... Aquí todo se embellece y el mundo emocional se eleva con la luz del sol.   El sol empieza a acariciar el aura del bosque y la brisa juega con mis cabellos, con las ramas de los árboles y con los duendes que se esconden tras las piedras. Lo divino cobra vida sobre todo cuando la claridad y la transparencia lumínica da paso a una belleza tremendamente viva que antes quedaba oculta. Este momento es espectacular y gratificante.   Las hojas siguen moviéndose al compás de la brisa, mientras las hadas danzan y juegan sin ser vistas.     

La existencia es un baile en el que hay que saber hallar el compás del corazón y, entonces, cada paso nos conduce a la perfección que reside en cada uno de nosotros, a esa belleza interior que se convertirá en nuestro legado de vida. 

Autora texto e ilustraciones: María Jesús Verdú Sacases
Texto e ilustraciones inscritos en el Registro de la Propiedad Intelectual
Técnica ilustraciones: Pastel o Acuarela
 
Entrada al país de las hadas y los duendes 

Una entrada al país de las hadas, los duendes, los elfos y los gnomos me recibe. Una rama en forma de arco corona este acceso auna dimensión de luz y fantasía que subsiste en el corazón más profundo del bosque.

Las montañas resguardan y protegen a los seres de luz y les ofrecen sus escondrijos para salvaguardar su identidad y la sabiduría de los secretos ancestrales que celosamente guardan en la luz de sus corazones alados.

El silencio más absoluto es mayor aliado pues estos seres se desenvuelven en una actitud de cautela, sutilidad y discreción que resulta oculta para la mayoría de las personas.

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Ellos contagian su vibración de alegría y de juego a todo aquello que les rodea: los árboles, las plantas, los arroyos, los minerales y los animales. Pero, a veces, posan su mirada dulce y transparente en el alma inquieta pero noble y sincera de los niños o en la de algunos adultos que reúnen esas cualidades. Desde la paz del espíritu es posible atraerlos aún sin desearlo ues el desapego es una virtud que poseen los que han logrado vaciar su mente y reconocer su vacuidad para acunar a su divinidad en la luz del alma. Sin apego ni deseo ellos pueden estar contigo y también si se lo pides desde la verdad del corazón.

Ellos han trascendido la dualidad y desde su dimensión de unidad, pueden ayudarte a comprender para que integres nuevas perspectivas que te ayuden a entenderte y a entender la actitud de los demás paraque no los juzques sino que percibas desde tu espacio de neutralidad las razones de los comporamientos ajenos y puedan integrar la dualidad.

Al traspasar la entrada a este mundo, aunque no sé a donde me dirijo, hay algo invisible que guía mis pasos. Mientras los doy con confianza y serenidad, voy encontrando rincones de poder que nutren mi energía vital y que me impulsan a reencontrarme en el recogimiento del alma, allá donde no eres nada y dejas que todo sea. Ese recogimiento me emociona, me cautiva y engulle mi atención hacia dentro. 

Vivo este instante como lo que realmente soy: la expresión natural y espontánea de la magia del momento.

Está todo tan silencioso que incluso puedo escuchar y percibir mi respiración pausada que se ha acompasado al ritmo del latido de esta naturaleja salvaje y tremendamente conmovedora.

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Aquí di mis primeros pasos y ahora estoy recogiendo la ternura de mis días de infancia y el sentir de esa niña luminosa que no tenía miedo y que cada mañana sonreía al sol y jugaba con sus rayos y por la noche le susurraba a la luna y a las estrellas cuanto las quería.

Aquí creció la niña que corría libre por el bosque y chapoteaba en los barrancos. Esa niña está conmigo y me está mirando con su mirada de asombro y su carita hermosa repleta de pecas de naturalidad y de sabiduría. Esa niñita conocía las leyes del Universo y los procesos que rigen la naturaleza, los cuales atestiguó desde que nació.

Esa niña sabe que es silencio y es sonoridad. Su amigo silencio le toma la mano y para fundirse en él, ella lo recoge en un abrazo para brindarle su aliento de luz y despertar juntos el vínculo de su fuerza.

Esa niña debe reorientar su fortaleza para que, con un simple gesto cálido, pueda despertar a muchos de su letargo. Esa niña recupera su herencia y se la ofrece al alma del planeta Tierra a través de los ángeles. Esa niña que un día fue ángel y que se reúne con otros ángeles aquí encarnados, ahora encuentra a los suyos para recordar y juntos abren las alas de su conocimiento para ayudar y bendecir. 

Todos ven su imagen en las aguas cristalinas del río de sus almas y fluyen en paz y en línea con el aquí y el ahora. Se dejan ser y por eso se han vuelto ligeros en su fusión con el infinito. Esto les produce tal gozo que siguen formando parte del río y se dejan llevar conscientes de que la divinidad permanece y opera en ellos. Se han abierto a su maestro interior y éste les ha mostrado su propio reflejo, producto de su armonía en el sentir.  

Autora texto e ilustraciones: María Jesús Verdú Sacases
Texto e ilustraciones inscritos en el Registro de la Propiedad Intelectual
Técnica ilustraciones: Pastel o Acuarela

Gnomos y duendes danzarines 


Me he dejado condicionar por el dolor y esto me ha hecho perder fuerza en el ahora. Lo lanzo simbólicamente río abajo, confiando en que se disuelva y se transforme en algo bueno. Me entrego al sol de la mañana y mi mente se aquieta. 

El sonido del agua del río disipa mi ruido interior y lo engulle hasta el fondo. Desde aquí la vida se percibe mansa y sin resistencia. Los pinos forman parte del silencio de este entorno natural y mágico, que aviva mis sentidos, mientras una agradable sensación me lleva a la quietud del ser. 

La vida me mece entre el puente de los divino y lo terrenal y me integro en su equilibrio. La dualidad tiene el encanto de empujarnos a los extremos, a encontrar el punto medio o bien de experimentar cada matiz de la balanza. La alteración me ha enseñado a valorar la paz interior como el más preciado de los regalos. La prisa me ha impulsado a saber vivir la vida con pausa y equilibrio. La soledad del ser me ha mostrado lo mejor de mi. La naturaleza es esa maestra que nos anima a aquietarnos y a silenciar todo aquello que nos aparta de la verdad: aquella que hemos venido a descubrir. 

La vida se presenta como una aventura emocionante, cargada de incertidumbre, que nos hace más sabios, comprensivos y fuertes, aunque, a veces, su sabor sea el del sufrimiento. Una vez superado y perdonado, alcanzaremos un nivel mayor de evolución.

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La tranquilidad con que fluyen las aguas del río me aporta serenidad y seguridad y me adentra más en mí misma. Todo discurre despacio y ello permite que nos empapemos de las lecciones de la vida y alcancemos nuestro particular grado de maestría. 


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El seno de la tierra nos ofrece todo aquello que precisamos para reencontrarnos con el ser y alcanzar un conocimiento supremo de nosotros que nos permitirá comprender mejor al mundo para dejar de enjuiciarlo. 

Todo confabula a nuestro favor, si aceptamos escuchar y confiar en nuestra intuición. Siempre podemos equivocarnos pero cuando nos demos cuenta de un error, es porque ya hemos aprendido de él. 

Los rayos del sol se entrelazan en el fondo del río y el movimiento los hace danzar en un juego de haces de luz que parece propio de los ángeles.

La soledad de este rincón paradisíaco me permite disfrutar de él con toda mi atención, abandonándome a la belleza que me enraiza en el ahora y soltando el control. 

Este momento destila espiritualidad y me siento en libertad, libre de ser y de seguir allá donde el instante me lleve. 

La luz incide sobre la superficie del río y pequeños diamantes corren sobre ella, como si fueran gnomos o duendes danzarines que juegan a ser felices. Y en esto precisamente consiste el juego de la vida: en empeñarnos en ser felices a pesar de todo. 

Autora texto e ilustraciones: María Jesús Verdú Sacases

Texto e ilustraciones inscritos en el Registro de la Propiedad Intelectual
Técnica ilustraciones: Pastel o Acuarela